Cuando una comida no está hecha se sabe.
Cuando alguno de los ingredientes no está en buen estado o no está bien
cocinado, se sabe, y además tiene consecuencias nefastas para el
resultado global de la receta.
Una historia, como un plato puede
resultar atractivo por su presentación, por su autor, por el lugar donde
a uno lo enamora o donde a uno se lo sirven en bandeja. Pero nada de
eso completará el círculo si el contenido, si los ingredientes no están
bien cocinados o si falta alguno de ellos.
Cuando leemos una historia que no está
bien trazada, que no está bien estructurada, es algo que, de alguna
manera no escapa a quien está acostumbrado a pensar historias. Cuando
uno piensa en cómo lo habría hecho en lugar del autor,
es fácil llegar hasta la misma zanja donde tropezó su autor, pero si el
autor tropezó, cabe preguntarse por qué fue suficiente para él con
levantarse y seguir su camino como si no hubiera pasado nada; ¿por qué
no arregló la zanja?. Cuando uno está solando y detecta una zanja en el
suelo con la que, quienes lo transiten pueden tropezar, lo natural es
arreglar el problema, tapar, sellar la zanja y seguir poniendo las
baldosas del camino que otros habrán de recorrer.
Antes de dar por concluida la narración
de una historia, conviene repasar la receta, probar el punto de sal, (y
corregir si es necesario), dejar reposar y presentar de forma atractiva.
Sería realmente chocante encontrar
salada una receta a la que no le hemos puesto sal, como lo sería
encontrar en su punto una pasta que no ha sido cocida, como lo sería,
más aún si cabe, encontrarnos en el plato un ingrediente que no hemos
incluido en la receta. Del mismo modo un autor, antes de dar por
terminada una historia debe comprobar una serie de puntos en la
estructura que respalden un mínimo de credibilidad y coherencia, no
permitiendo cabos sueltos que le sirvan al lector de látigo contra el
autor. Debe vigilar que la historia sea un todo, que cada personaje
tenga su principio y su final; que cada situación quede resuelta o
encarrilada; que cada causa tenga su efecto, y cada efecto su causa; que
cada teoría tenga su comprobación; que cada incógnita quede resuelta o
al menos sospechada o sugerida.
Quizás, la palabra FIN debería ser la que requiriese el mayor esfuerzo al escribir una historia.
Un
autor no debería permitirse que ningún lector pueda decir que su comida
no está hecha o está mal hecha. Sus letras son su carné de identidad, su
tarjeta de presentación.