Silvia Ribeiro – La jornada (México)
16 de octubre, Día Mundial de la Alimentación según las Naciones
Unidas, fue declarado por la Vía Campesina Día internacional de acción
por la soberanía alimentaria y contra las corporaciones trasnacionales,
definición mucho más acorde con la realidad, que define lo que realmente
está en juego. (ver aquí) Este año, además de acciones en muchos
países, cientos de organizaciones confluyen en el Tribunal internacional
sobre Monsanto que se realiza en La Haya, Holanda, cuyos testimonios y
deliberaciones se pueden ver en el portal
http://es.monsantotribunal.org/.
En el último año hemos visto cómo las mayores corporaciones de
semillas, fertilizantes y agrotóxicos se han fusionado en dimensiones
difíciles de imaginar. Aún pendientes de aprobación por autoridades
antimonopolio, si lo logran, quedarán tres megaempresas (Monsanto-Bayer,
Syngenta-ChemChina y DuPont-Dow) que dominan más de dos tercios de esos
mercados globales.
Paradójicamente, esas empresas que inventaron los transgénicos, están
ahora viendo su declive. A 20 años del inicio de la siembra comercial
de transgénicos, el ISAAA (instituto digitalizado por las empresas
biotecnológicas) reconoció que el área de transgénicos plantados en el
mundo disminuye. Es un porcentaje pequeño, pero marca una tendencia, con
un millón 800 mil hectáreas menos, según cifras de la propia industria,
que siempre son alegres. Pese a ajustar a su favor las estadísticas en
estos 20 años, no pudieron ocultar que solamente 10 países siguen
teniendo más de 98 por ciento del área sembrada con transgénicos. Cinco
de ellos disminuyeron ahora su área sembrada. En 20 años registraron más
de 70 especies cultivables modificadas genéticamente, pero siguen
siendo cuatrocommodities –soya, maíz, canola y algodón– que representan
99 por ciento de la siembra, casi la totalidad no para alimentación,
sino para combustibles y forrajes.
Los transgénicos están tan desprestigiados, que la industria se
empeña en que los cultivos manipulados con biotecnologías más recientes
se llamen edición genómica, intentando ocultar que es ingeniería
genética y son otra forma de transgénicos. Cada vez que hablan de alguna
de estas tecnologías (como Crispr-Cas9, Talen y otras basadas en
biología sintética), señalan que ahora sí son precisas y se sabe qué
parte del genoma están modificando, admitiendo que con los transgénicos
anteriores no tenían –ni tienen– conocimiento ni control de la
manipulación y que nos han usado a todos como cobayos para sus
experimentos.
Varios testimonios del Tribunal Monsanto mostrarán el impacto
devastador en salud pública y contaminación ambiental que ha significado
el aumento hasta de 2000 por ciento en el uso de agrotóxicos en las
zonas de siembra de transgénicos. No se trata de una progresión del uso
de químicos que ya ocurría con los híbridos, sino un aumento exponencial
por ser semillas manipuladas para tolerar agrotóxicos, principalmente
glifosato, lo cual provocó que más de 20 hierbas invasoras se volvieran
tolerantes a éstos.
Los transgénicos fracasan pero las intenciones de las
empresas siguen intactas; por eso las fusiones, las nuevas técnicas, las
maniobras encubridoras, en pos de aumentar el control de agricultores y
consumidores.
Ya vemos también la cresta de la ola del tsunami tecnológico que se
ha ido gestando en años, hacia una agricultura robotizada, condrones,
GPS, sistemas satelitales y aplicaciones digitales para controlar desde
la porción de comida para cada vaca o pollo encerrado, hasta las dosis
de químicos en cada mata en grandes monocultivos. Común a todo es que
proponen eliminar aún más gente del campo. Según Rob Fraley, de
Monsanto, se habían demorado: Toda la industria agrícola está en una
gran transformación. Es la última de las grandes industrias que se
digitaliza, declaró poco antes de aceptar la fusión con Bayer (ver
aquí).
En contraste, en México sigue en pie la suspensión de la siembra de
maíz transgénico, que ya lleva más de tres años, gracias a la demanda
colectiva de un grupo de ciudadanos y organizaciones, mientras en la
península de Yucatán están suspendidas las siembras de soya transgénica,
en diferentes procesos a cargo de comunidades, organizaciones
campesinas y de apicultores, organizaciones ambientales y sociales. La
más reciente, a iniciativa del Consejo Regional Indígena Maya de
Bacalar, el Colectivo Semillas Nativas Much Kana I’inaj con Educe, la
Asamblea de Afectados Ambientales y otras organizaciones, denuncian que
en la propia ley de bioseguridad hay elementos inconstitucionales. En
conferencia el 3 de octubre, expusieron que el modelo agrícola
industrial y en particular los transgénicos aseguran el despojo de la
tierra y las semillas nativas, la contaminación de suelo y agua, la
pérdida de la biodiversidad y daños a la salud y ambiente por el
glifosato. (ver aquí)
Pese al aluvión de evidencias en su contra, este 16 de octubre las
empresas, secundadas por gobiernos e instituciones internacionales,
insistirán en que necesitamos alta tecnología, transgénicos y
agricultura climáticamente inteligente para afrontar el hambre y el caos
climático. La falsedad de este discurso está al desnudo y sus impactos
ambientales, de salud y sociales a la vista en el Tribunal Monsanto y
sobre todo, en cada lugar donde las y los campesinos, comunidades,
organizaciones barriales, de estudios, culturales, de científicos
críticos, muestran que el camino para la soberanía alimentaria y la
salud ambiental y de las personas es el opuesto: la agricultura y
semillas campesinas, los mercados locales, las huertas urbanas,
biodiversas, descentralizadas y en manos de quienes las trabajan.
*Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/10/15/opinion/019a1eco
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