Argumento que la colonialidad del
poder de Quijano y la transmodernidad de Dussel (y la crítica al eurocentrismo
de esta perspectiva) a la misma vez imprimen las posibilidades de pensar desde
la diferencia colonial y abren nuevas perspectivas desde y para la izquierda…
Otra lógica (o el pensamiento frontera desde la subalternidad) va con una
geopolítica del pensamiento que regionaliza el legado fundamental europeo,
localizando el pensar desde la diferencia colonial y creando las condiciones
para la diversalidad de un proyecto universal.
Walter Mignolo
El
ácido fosfórico produce más sed y es responsable de la adicción que genera la
Coca-cola.
Pilar Galindo
Dime lo que comes y te diré quién
no eres.
Sergio Ramírez
¿Viva la diferencia? Inevitablemente,
nos resistimos a la Coca Cola. Por un lado, su trayectoria ha sido paralela a
una buena parte del militarismo engendrado por la Segunda Guerra Mundial; por
el otro, emblematiza la prepotencia corporativa. Sin embargo, entendemos; lo
cual no quita que en una segunda lectura haya que bregar —siempre hay que
hacerlo— con las contradicciones. Todas las paradojas que nos conforman,
Ernesto, están sobre la mesa: los años —en verdad, décadas— que me pasé
tomándola con mucho hielo, no sólo para aplacar de un intento supersticioso la
sed devoradora del calor húmedo, sino sobre todo para que, tras el deseo de un
estado prehipnótico, el chisporroteo de soda en la garganta retumbara en el
cerebro y me aguara los ojos. Hiperestesia, antropología de una biología
excitada, esta vez, por una química públicamente industrial; no obstante, otra
manera de achisparse los sentidos, ahora con un golpe efímero de gas
saborizado. Incluso cuando, como en el caso del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, se inscriba al centro del contexto revolucionario, entendemos;
después de todo, según dicen, México es el país donde más se la toma.
Por
su parte, en la España del nuevo milenio los restaurantes vendían las
botellitas de 250 gramos por un precio que nadie pagaría en los Estados Unidos,
donde los envases son mucho más grandes y sobre todo más baratos; en la lista
de ingredientes de la botellita española estaba el nombre de un colorante que
nunca aparecía en las gringas ni en las boricuas, lo que no quiere decir que no
esté inscrito bajo otro rubro. A su vez, en Puerto Rico, ninguno de los fast foods la vendía como se ofrecía en el mainland: suelta, con refill ilimitado. En esas ocasiones,
subrayaban los polítologos enardecidos por las asimetrías epistemológicas, la
colonia la pagaba a un precio mucho más caro que la metrópolis. Summa económica. A principio de los
noventa, en Cuba probé una que venía de Panamá; y desde hace algunos años, las
de Argentina y Uruguay se vendían desde esta fórmula: tomá lo bueno. Pero en Colombia no han confundido la imagen con la
realidad; cuando ha tenido que arremeter contra el sindicalismo, la empresa lo
ha hecho con la violencia que le corresponde a la magnitud de sus intereses
transnacionales, una fuerza acumulada en cada una de las conquistas en que ha
triunfado como un soldado que pelea desde el centro del poder. Por eso, tarde o
temprano, detrás de ella hay siempre una visualidad lista a destaparle la
tapita del sabor al contexto más renuente. ¿Perú? ¿India?
Tenacidad
y tesón, marketing, velocidad y fuerza; explosión y expansión. Tanto como a la
garganta, ella apunta al ojo.
Tres confesiones. Como San Ignacio,
fui un gran pecador: confieso que he
vivido y que llegué a tomarla mucho. ¿Bukowski
en calzoncillos?En noches de alto
consumo, en vez de mitigar el sueño como hacían los profesionales de la luna,
con un torrente de café, lo encaraba, como un amateur aniñado por el
capitalismo, con uno de Coca. Ocho páginas podían costarle al escriba una
docena de latas rojas y blancas, muchas de la cuales terminaban, al final de la
jornada, tan arrugadas como los folios que colmaban el basurero. Silvio, ¡cómo gasto papeles! Otras latas,
transformadas en ceniceros de ocasión, sucias y apestosas a colilla mojada,
daban realmente asco. Neruda, primera confesión: para el adicto a esa cafeína
fría, el desayuno con Coca parecía una bendición divina, como si Dios,
parodiando a Michael Onfray, estuviera vestido de Santa Claus. Frida, segunda
confesión: acompañada de un buen cigarrillo, después del sexo, nada la igualaba
en la recuperación dulcemente anestésica del gasto biótico. Alivio postcoito;
una calada honda del Marlboro, también, como Dios, rojo y blanco, seguida de un
golpe de Coca con mucho hielo que retumbara en la sien y finalmente en los
ojos. ¡Qué cosquillita! Goce de una subjetividad privatizada, arrastrada por
una economía del derroche y de la recuperación azucarados. Vallejo, tercera
confesión: ante la posibilidad de redención social, incorporóse y echóse a andar. Liberación del sujeto, ruptura total;
siempre, en realidad, parcial; fin de una hegemonía corporativa. No obstante,
hay que ser claros; en esa liberación no hubo grandes héroes sino, por decirlo
de alguna manera, coroneles dialécticamente victoriosos. Cuando dejé de fumar
en el año 2000, fue ella la que, al terminar de comer, justo cuando era preciso
fumarse un cigarrillo, me declaró la guerra. Sin ese fumeteo sine qua non, una
inyección de nicotina que adormecía el bulto creado por la ingesta, la Coca
tornó la digestión en un abultamiento doloroso. Desde esa incomodidad, no quedó
otra alternativa que desconstruirla y destronada para siempre del universo
simbólico, un ecosistema desde entonces en contra de las acidificaciones
exitosamente industriales.
Fragmentos en torno a su imán. Si en Cuba los
soldados gringos la mezclaron con ron durante los años veinte, en Puerto Rico,
ante la afronta nazi, la gente boricua la mezcló con helado de vainilla durante
los apagones de la II Guerra Mundial. En el México de los noventa y del nuevo
milenio, tanto revolucionarios zapatistas como neoliberales foxistas la han
centralizado; en el norte, el expansionismo protestante viene divinizándola
desde antaño. En los años setenta, Roy Brown la hizo metáfora del colonialismo
boricua. Desde su fábrica, Warhol la neutralizó. En la edición de Mondadori de Sol de medianoche (1999), el forro de la
novela la ubica en el trasfondo callejero de un malevo negro. Resulta imposible
no citar, en silencio, aquel poema de Neruda que la articulaba al poder, que es
como pensar en lo que ha dicho sobre ella Eduardo Galeano. Al final de los años
setenta, un estudiante de ingeniería mecánica del Colegio de Mayagüez me
convenció de dos cosas. Primero, que el nuevo diseño de la lata, uno en el que
se rebajaban algunos milímetros de circunferencia en el tope –¿también en la
base?— significaba un ahorro millonario de aluminio; en el libro de Rius, La droga que refresca (1989), se puede
ver esa lata vieja. Y segundo, que la relación entre el cenicero y el cigarrillo
favorecía siempre, como quien dice, a la Marlboro y a la Winston, pues la
inclinación a la que lo obligaba el cenicero provocaba que el tabaco se
consumiera más rápido. Al garete, pues, como en Colombia, donde el jarabe
endulza la violencia en un país dominado por la narcoderecha transnacional. O
en El Salvador, donde, como si se tratara de una estampa decimonónica, fomenta
el trabajo infantil. ¿No capitaneó la empresa durante los ochenta y noventa
Roberto Goizueta, su CEO cubanoamericano? Y antes de él, ¿no hubo un magnate
argentino? Para muchos del primer mundo y su periferia, ella podía llegar a
reemplazar el agua y el café. Según Enrique Dussel, en la presidencia de
Vicente Fox ella fue el subtexto clave: voy
a ser Presidente de la República porque ser presidente de Coca-Cola ya me queda
chico. En el libro de Mark Pnedergrast, Dios,
patria y Coca Cola. La historia no autorizada de la bebida más famosa del mundo
(1999), aparece la foto de cinco presidentes tomándola: Truman, Eisenhower,
Kennedy, Johnson, Kennedy y Castro.
De la diferencia a la diversalidad. Que Perú nos sirva
de guía: la Inca Cola, el rival nacional más acérrimo que ha tenido la Coca,
fue finalmente absorbida, después de muchas décadas de contención, por el gigante de la gaseosa que durante los
noventa, década de bombachas flojas, la tornó en subsidiaria, satélite de una
erección sostenida. Gramática de una política vieja: el prefijo cedió, pues
sólo era garantía de una diferencia hegemónica, no de la diversalidad
liberadora. Por más inca que fuera la Cola, seguía inscrita en la lógica de la
Coca, una colonialidad del poder más moderno. Para entrar en el contexto de la
diversalidad universal, la regionalización del jarabe nórdico tenía que
politizar y poetizar la categoría del prefijo; ir más allá y más acá de la
modificación adjetival —inca— hasta transversalizar la diferencia hegemónica de
la Coca, liberando la bebida en una diversalidad más democrática. Ni Inca Cola,
ni Che Cola ni Cuba Cola, sino otra lógica que se reafirme en una geopolítica
de la pluralidad abierta. Un jarabe transcocalizado;
o todavía mejor, una recuperación ética del agua, como un reencuentro
transcreador para el disfrute minimalista y hedonista del cuerpo, que
redescubre, desde su subalternidad política, el placer ético del agua como el
máximo atenuante de la sed. Un regalo viejo, a lo Silvio; una reconciliación
con la naturaleza. En un mundo transcocalizado,
el placer del agua se vislumbra, no como una nueva hegemonía, sino desde una
ecoestética que le devuelve al agua su protagonismo democrático. Ni más ni
menos: una reinvención del agua como el mejor vino para la sed, sin que el
consumo le haga daño a la ecología, recuperando de esta manera la
intersubjetividad del agua, opacada por su privatización delirante en las
últimas décadas. En vez de vivir en el
lado COKE de la vida, como se lee en la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires
(2008), el agua invita a hacer más líquidamente clara la diversalidad
universal, para que, como ha pasado en Guatemala, la Coca deje de ser la chispa de la muerte; para que, como
pasa en México, a la Coca Zero le quiten el ciclamato de sodio. ¿Dime lo que no tomas (¿y lo que fumas?) y te diré quién eres?
¿Qué tiene que ver Coca-Cola con la alimentación y agricultura ecológicas, el agua y el desarrollo
http://www.nodo50.org/caes/articulo.php?p=1189&more=1&c=1
En la Exposición Universal de Zaragoza 2008 (14 de junio al 14 de
septiembre) cuyo lema es “Agua y Desarrollo Sostenible”, la
multinacional Coca-Cola actúa como patrocinadora.
En la Exposición Universal de Zaragoza 2008 (14 de junio al 14 de
septiembre) cuyo lema es “Agua y Desarrollo Sostenible”, la
multinacional Coca-Cola actúa como patrocinadora. Invierte unas migajas
de sus cuantiosos beneficios y consigue blanquear sus actividades,
ocultando su verdadero currículo. Todo ello en base al apoyo, tanto del
Gobierno Español, como de las organizaciones que participan en la
Exposición.
Además de participar en la Expo Zaragoza 2008, Coca-Cola realiza otras actividades:
En el terreno de los derechos políticos, laborales y sindicales:
Se han documentado 11 asesinatos en Colombia y alrededor de 200 casos
de amenazas, secuestros y torturas de trabajadores de sus plantas. En
este “trabajo sucio” la multinacional no trabaja directamente sino a
través de paramilitares con el objetivo de acabar con la defensa que el
sindicato Sinaltrainal hace de los trabajadores. También se han
documentado en varios países la explotación de mano de obra infantil
(Pakistan y El Salvador).
Sólo este hecho debería motivar una repulsa social que promoviera el bloqueo y boicot de los productos de coca-cola.
En el terreno de los derechos humanos (al agua potable, a la salud)
Las necesidades de agua de la empresa que produce el mayor número de
refrescos del mundo absorben una proporción enorme de litros de agua,
mientras una quinta parte de la población mundial no tiene acceso al
agua potable. “La fabricación de un litro de estas bebidas destruye y
contamina 10 litros de agua” (Vandana Shiva). Para garantizar su
suministro en las regiones donde se asienta, requiere de dotaciones
enormes de agua. Cuando no se le garantizan de forma legal, Coca-Cola
se dedica a robar recursos hídricos a poblaciones pobres privatizando
sus manantiales. El caso más sangrante es el de Kerala (India) donde
acabó con la actividad agrícola y contaminó las aguas subterráneas con
los residuos de cadmio y plomo de su planta, impidiendo el acceso al
agua potable a la población. Una prolongada exposición al cadmio puede
provocar disfunciones renales, daño a los huesos, hígado y sangre. El
plomo afecta al sistema nervioso central, los riñones, la sangre, el
sistema cardiovascular.
En el terreno de la defensa de la naturaleza.
Coca-Cola y sus marcas han sido denunciadas en repetidas ocasiones por
daños que sus plantas de producción causan al medio ambiente en
diferentes partes del mundo, especialmente en países del Sur (vertidos
incontrolados de colorantes en la costa de Panamá). En Estados Unidos
ha sido sancionada al menos en 10 ocasiones por el Organismo de
Seguridad y Salud Laboral (OSHA) por condiciones insalubres y graves
escapes químicos.
Con sólo estas actuaciones sería más que suficiente para prohibir sus
operaciones y llevarla a los tribunales por los hechos probados:
atentados contra la vida, los derechos políticos, humanos y de la
naturaleza. Sin embargo nada de esto pasa, más allá de las campañas y
los tribunales públicos que los movimientos sociales organizan para dar
a conocer la “agenda oculta” de las multinacionales.
Lo más sangrante “si cabe” es la ocultación de los daños sobre la salud
que causa la bebida de la Coca-cola en sí misma. La coca-cola es una
bebida que además de no contener ningún nutriente, genera adicción y
contiene sustancias que dañan nuestra salud. Su contenido de azucar,
variable según los productos entre un 10 y un 30% del producto, genera
obesidad y diabetes. En los refrescos sin azúcar, ésta se sustituye por
Aspartame que se ha demostrado cancerígeno. El azúcar, combinado con el
ácido fosfórico (otro de sus ingredientes activos), altera el
equilibrio del calcio y fósforo del organismo produciendo el deterioro
de los huesos, desnutrición, anemia ferropénica y reducción de glóbulos
rojos. Este mismo exceso produce deficiencia de vitamina b y b12. El
ácido fosfórico produce más sed y es responsable de la adicción que
genera la Coca-cola.
Todas estas razones deberían llevar a la prohibición de una bebida que
se promociona sin ningún control. Las organizaciones y colectivos
sociales que promovemos la defensa de una alimentación saludable y
suficiente para todos, deberíamos impedir el funcionamiento de estas
empresas peligrosas para la salud, la naturaleza y los derechos humanos.
Sin embargo, nos encontramos que ciertas organizaciones que tienen
entre sus objetivos la defensa de una agricultura y una alimentación
saludables y ecológicas, los días 21 y 22 de agosto en el pabellón de
la Tribuna del Agua de la Expo, emplean el patrocinio de Coca-cola,
para sufragar los gastos de las jornadas “Agricultura ecológica y lucha
contra el calentamiento global”.
¿HASTA DONDE VAMOS A LLEGAR?
Pilar Galindo, socia de la SEAE y de los Grupos Autogestionados de Konsumo (GAKs) de Madrid
20 de agosto de 2008
Campaña Starbucks: Aquí, como en EEUU, no respeta los derechos de los trabajadores
Starbucks es uno de los principales proveedores y tostadores de
café del mundo, disponiendo de más de 13.000 establecimientos en 35
países. Pese a su imagen de marca comprometida con el comercio justo y
la preservación del medio ambiente, la cadena de cafeterías dificulta
las libertades sindicales en sus tiendas y abusa de los productores de
café.