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Noviembre del 2007
¿Comercio justo en el súper?
¿Comercio justo en el súper? Ante esta pregunta podríamos afirmar que
la presencia creciente de productos de comercio justo en las
estanterías de los supermercados y grandes superficies es una dinámica
positiva que permite un fácil acceso a estos productos y un mayor
número de ventas. Pero, ¿el comercio justo se limita tan solo a una
cuestión comercial? ¿Qué tipo de comercio justo pueden llevar a cabo
empresas con una dudosa trayectoria de respecto a los derechos
laborales, medioambientales y sociales? ¿Comercio justo en el súper es
comercio justo?
Ante el creciente interés por el comercio justo por parte de
supermercados y grandes superficies como Carrefour, El Corte Inglés,
Mercadona, Alcampo, Eroski... deberíamos de preguntarnos qué se esconde
detrás de esta estrategia comercial y de sus declaraciones de buenas
intenciones.
Todas y todos estaremos de acuerdo en que para cambiar las injustas
reglas del mercado es fundamental llevar a cabo una tarea de
sensibilización y concienciación social sobre cuáles son las causas y
consecuencias del actual modelo comercial y económico. Pero, ¿son las
empresas de la gran distribución comercial capaces de llevar a cabo
esta tarea de sensibilización? ¿Son los mismos que se benefician de la
globalización capitalista capaces de luchar en su contra?
Cuatro consideraciones
Para dar respuestas a las preguntas anteriormente formuladas me
gustaría señalar cuatro consideraciones.
En primer lugar: comercio justo no significa vender más. El comercio
justo tiene por objetivo cambiar las injustas reglas del comercio
internacional y someter al comercio a las necesidades de los pueblos y
de los sectores oprimidos. En consecuencia, vender más no es un
objetivo final en si mismo sino un medio para sensibilizar y para
apoyar solidariamente a los productores en el Sur en una lucha común
por un sistema político y económico solidario y respetuosos con el
medio ambiente y las personas.
Vender más a través de las grandes superficies nunca nos permitirá
modificar las injustas reglas del sistema comercial ya que éstas son
las primeras interesadas en mantener un modelo comercial injusto que
les reporta importantes beneficios económicos.
En segundo lugar: comercio justo no es un listado de criterios. No
podemos limitar el comercio justo a una serie de criterios aplicados a
la producción en origen. El comercio justo es algo mucho más complejo
que un producto producido en base a unos criterios de justicia social y
medioambiental, el comercio justo es un proceso comercial que va desde
el productor al consumidor final, teniendo en cuenta a toda una serie
de actores que participan en esta cadena comercial (importadora,
transformadora, distribuidora...). No podemos someter al productor del
Sur al cumplimiento de una serie de criterios en la producción (pago de
un salario digno, organización democrática, políticas de género,
respecto al medio ambiente) y no aplicar al resto de actores que
participan en esta cadena estos mismos criterios.
Si aplicásemos los criterios de comercio justo a los supermercados y
grandes superficies que en la actualidad venden productos de comercio
justo, éstos no cumplirían ninguno de estos criterios.
En tercer lugar: Comercio justo no significa solo una relación
comercial con el productor. No podemos limitar el comercio justo a una
mera transferencia monetaria Norte-Sur. Debemos de trascender esta
visión asistencial por una perspectiva de solidaridad internacionalista
entre productor y consumidor, en lucha contra el modelo de
globalización capitalista.
Los supermercados someten y explotan al pequeño productor y agricultor
con el objetivo de conseguir unos productos cada vez más baratos,
pagando incluso por debajo del precio de coste. No en vano la renta
agraria disminuye año tras año. Los campesinos cada vez reciben menos
dinero por su producción y los consumidores cada vez pagamos más por
estos productos. ¿Quién se beneficia?
En cuarto lugar: Comercio justo no es solo Norte- Sur. La justicia en
las prácticas comerciales no sólo debe limitarse al comercio entre
países del Norte y del Sur, debemos de reclamar una justicia comercial
tanto a nivel internacional como estatal y local y por lo tanto exigir
también un comercio justo Norte-Norte y Sur-Sur. Un comercio justo
estatal y local implica poner el énfasis en la comercialización de
productos locales y de proximidad elaborados por actores de la economía
solidaria y defender el derecho de los pueblos a la soberanía
alimentaria.
Las grandes cadenas de distribución promueven una agricultura y una
producción deslocalizada para conseguir productos tan baratos como sea
posible, elaborados en países del Sur vulnerando los derechos
ambientales y laborales, para luego venderlos tan caros como puedan.
Éstos son los responsables de un consumo de alimentos "viajeros" que
recorren miles de kilómetros antes de llegar a nuestras mesas: uvas de
Chile, peras de Sudáfrica, ternera de Argentina... son productos
habituales en los estantes de los supermercados. Éstos no defienden la
soberanía alimentaria sino el libre comercio y a través de sus
prácticas acaban con la producción y el comercio de proximidad.
A partir de estas consideraciones, ¿qué sentido tiene que los
supermercados y grandes superficies vendan productos de comercio justo?
Algunas respuestas
El comercio justo es utilizado por los supermercados y grandes
superficies como un instrumento de marketing empresarial y de lavado de
imagen. Vendiendo una ínfima parte de sus productos de comercio justo
pretenden justificar una práctica comercial totalmente injusta:
precarización de la mano de obra, sometimiento del pequeño agricultor,
explotación del medio ambiente, promoción de un modelo de consumo
insostenible, competencia desleal con el comercio local, etc.
Frente a la pregunta de si hay supermercados buenos y malos es
importante señalar que el modelo de producción y comercialización de
todos ellos parte de una lógica de mercado que antepone la maximización
de sus beneficios al respeto de los derechos sociales y
medioambientales. En consecuencia, la lógica de funcionamiento de todos
ellos es la misma aunque haya algunos que tengan una mejor estrategia
de lavado de imagen que otros.
Ante este escenario es fundamental abogar por un comercio justo que
rechace ser un instrumento de marketing empresarial al servicio de
multinacionales y grandes superficies. Es necesario un comercio justo
transformador y alternativo que tenga en cuenta a todos los actores de
la cadena comercial, que trabaje por una perspectiva global Norte-Sur,
Norte-Norte y Sur-Sur y que defienda el derecho de los pueblos a la
soberanía alimentaria.
¿Un sello para
vender más?
Algunas organizaciones de comercio justo del Estado español han
apostado por promover un sello de comercio justo, el sello FLO, como
estrategia para ampliar el mercado de distribución y venta. Con un
sello que establece qué es y qué no es comercio justo, el actor que
hasta el momento realizaba una labor de garantía del producto, la
tienda de comercio justo, se hace prescindible. La certificación solo
es útil para las grandes cadenas de distribución quienes necesitan del
sello para justificar la "justicia" en origen de los productos que
venden. El sello reduce la complejidad del comercio justo al producto,
sin tener en cuenta al resto de actores que participan en la cadena
comercial. Multinacionales como Nestlé, Mc Donalds, Starbucks... han
empezado a sacar productos y marcas propias de comercio justo con el
sello FLO. Vincular estas empresas al comercio justo gracias a uno de
sus productos está produciendo una pérdida de credibilidad y de
claridad del mensaje que ninguna ampliación prevista del mercado del
comercio justo podrá compensar.
Esther Vivas* *de la Xarxa de Consum Solidari. Ha
coordinado, junto a Xavier Montagut,
los libros "¿Adónde va el comercio justo?" y "Supermercados, no
gracias".
**artículo publicado
en The Ecologist, n. 31.
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Publicado por Berenjena33 el 30 de Noviembre, 2007, 19:27
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Acción directa contra la obesidad
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Pilar Galindo
-
[12.11.07 -
12:17]
La obesidad puede definirse como un exceso de grasa corporal resultado
de un balance positivo de energía, es decir, que se ingiere más de lo
que se consume en la actividad cotidiana.
Según la “Encuesta Nacional de Salud”, en España, el 40% de las
personas mayores de 18 años padecen de sobrepeso y el 15% de obesidad.
Mayor gravedad presenta el aumento de la obesidad en la población
infantil y juvenil. Debido al cambio de los hábitos alimentarios
inducido por la publicidad de las multinacionales, el 16% de nuestros
niños entre 6 y 12 años son obesos, cuando hace 20 años lo eran sólo el
4,9%.
La obesidad tiene una repercusión muy negativa en el desarrollo
psicológico y la adaptación social de niños y niñas. L@s niñ@s obes@s
sufren sentimiento de inferioridad, rechazo y escasa autoestima.
También provoca un incremento de mortalidad en la edad adulta por el
aumento de diabetes, hipertensión arterial y exceso de colesterol,
factores de riesgo de las enfermedades coronarias y cardiovasculares.
La ausencia de actividad física, ver la televisión más de tres horas al
día, el consumo de bollería industrial, refrescos y comida "basura",
son algunas de las causas de este problema. Si la obesidad infantil se
manifiesta o persiste en la segunda década de vida y no se corrige a
tiempo, es muy probable que se sufra obesidad en la edad adulta. L@s
adolescentes con sobrepeso tienen un 70% de probabilidades de ser
personas adultas con sobrepeso u obesas.
Las multinacionales de la comida basura son conscientes del perjuicio
que causan a los consumidores, sobre todo niñ@s y adolescentes, pero
ante las denuncias que reciben se defienden afirmando que su comida es
sana y nutritiva, auque jamás hayan informado de la cantidad de
calorías, grasas, sal y azúcares que contienen sus menús. Está
demostrado que el consumo abusivo de grasas y azúcares, especialmente
las grasas “trans” (aceites vegetales sometidos a un proceso de
solidificación para potenciar el sabor y alargar la fecha de caducidad
de los alimentos) que componen muchos de los alimentos servidos en sus
establecimientos (hamburguesas, refrescos, postres, incluso ensaladas)
atentan contra la salud de los consumidores. El Servicio de
Endocrinología y Nutrición del Hospital Ramón y Cajal de Madrid afirma:
“Los fast food son alimentos que incorporan todos los elementos
alimentarios que favorecen la obesidad: grasa saturada, grasa “trans”,
un elevado índice glucémico, una alta densidad energética, grandes
porciones (promociones 2 por 1) y escasez de fibra, micronutrientes y
antioxidantes. La ingesta de calorías en un menú-tipo de comida rápida:
Doble cheeseburger, Patatas fritas (french fries), Bebida azucarada
(300-500 ml), Postre, 2.200 kcal equivale al gasto de calorías
necesario (60 kcal/km) para correr casi una maratón (40 km).”
Criticar la alimentación basura sin cuestionar el modelo alimentario
sobre el que se sustenta, es inútil para combatir la inseguridad
alimentaria. La forma de alimentación actual, impulsada por la
producción y distribución globalizada de alimentos, está generando una
epidemia mundial de obesidad que afecta cada vez más a los menores
mientras que, en los países empobrecidos, aumenta la cifra de personas
hambrientas y desnutridas. La proliferación de carne barata se sustenta
en grandes extensiones dedicadas, en los países dependientes, a
producir proteína vegetal para piensos que se exportan, en lugar de
producir alimentos para su propia población. Para enfrentar la
inseguridad alimentaria en su doble cara (hambre y obesidad) debemos
apuntar a sus verdaderas causas y prevenir, desde las edades más
tempranas, aquellos hábitos alimenticios que perjudican nuestra propia
salud y la de toda la población.
Los gobiernos impulsores de la globalización se limitan a garantizar
las reglas “democráticas” del mercado. Su defensa de la seguridad
alimentaria se reduce a informar de las conductas saludables para que
la gente pueda orientarse y elegir los riesgos que quiere asumir
“democráticamente” en el mercado. Con ello subordinan la protección del
derecho a una alimentación suficiente y saludable para tod@s, a los
intereses de las empresas. Las autoridades responsables de la Seguridad
Alimentaria, en lugar de asumir su responsabilidad prohibiendo los
productos y los anuncios publicitarios que atentan contra la salud y
los hábitos alimentarios saludables, evitan responsabilizar a las
empresas que comercializan alimentos que han demostrado ser dañinos o
que presentan riesgos evidentes. Estos atentados contra la salud
pública se justifican invocando la libertad de mercado y argumentando
cínicamente que el riesgo cero no existe.
Pero no todo está perdido. Por el contrario, está todo por hacer. La
niñez es una etapa en la que es factible cambiar conductas. Es el
momento en que se conforman los hábitos, se estructura la personalidad
y se pueden establecer patrones que en el futuro serán más difíciles de
cambiar. Para prevenir la epidemia de la obesidad hace falta una
intervención social activa capaz de modificar las pautas alimentarias
impuestas y de enfrentarse con la entrega de la salud alimentaria al
beneficio empresarial.
P. Galindo, Grupos Autogestinados de Konsumo de Madrid
Noviembre de 2007
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Publicado por Pilar Galindo. Grupos Autogestinados de Konsumo de Madrid el 30 de Noviembre, 2007, 19:24
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Exposición "Grandes superficies"
21 de noviembre al 6 de diciembre
Organizada por Ecologistas en Acción y Consume hasta morir con motivo del Día mundial sin compras.
Gratuita. Abierta al público en el horario de la librería. El 23 de noviembre, Día internacional sin
compras, Ecologistas en Acción y una amplia red de grupos y colectivos
sociales en todo el Estado español, proponen una apuesta activa por
otro modelo de consumo, donde el eje no sea la optimización de los
beneficios empresariales a costa de sistemáticas injusticias sociales,
la polarización de la riqueza, la dependencia al consumismo y la
destrucción de los recursos naturales.
Desde hace ya 15 años, el Día Sin Compra es algo parecido a un día de
huelga del consumidor, una operación de boicot no contra un producto o
una multinacional concreta, sino contra la sociedad de consumo en
general, que promueve un modelo de consumo social y ambientalmente
insostenible.
Ambientalmente porque, si el modelo de consumo de los países del norte
se extendiera a la población mundial, serían necesarios 3 planetas (con
sus materias primas, fuentes energéticas...) para atender tal demanda
[1] .
Además, la depredación constante de los recursos supone que, cada dos
segundos, se tale un área de bosque natural equivalente a un campo de
fútbol. Mientras, la generación de basuras aumenta, de tal forma que
hemos pasado de producir, hace 30 años, menos de medio kilo de basuras
por persona y día, a los casi 1,5 kg actuales. La mitad, envoltorios y
embalajes [2].
Pero este modelo es también socialmente insostenible, porque sólo un
12% de la gente que vive en Norteamérica y Europa occidental es
responsable del 60% de ese consumo, mientras que los que viven en el
sudeste asiático o en el África subsahariana representan sólo un 3,2%
[3].
A través del impacto producido por el creciente uso de materiales de
importación utilizados para sostener nuestro modelo de vida, del
impacto en el cambio climático de nuestro modelo energético y de los
impactos ambientales asociados a las empresas controladas desde España
cuando actúan en el exterior, adquirimos una Deuda Ecológica con los
países del Sur y ponemos en riesgo el desarrollo de una vida digna y
justa en la mayor parte de los países del planeta.
Por si fuera poco, y a pesar del nivel de producción y consumo
alcanzados, somos la cultura que ha demostrado más signos de hastío e
infelicidad. Esto se debe, en parte, a que se percibe el consumo como
una medida del cumplimiento de nuestros proyectos vitales y creemos que
para tener éxito social es imprescindible tener un trabajo con el que
acceder a un alto nivel de consumo, a pesar de que en realidad ese
trabajo no nos satisfaga y nos ofrezca como única solución una semana
de “vacaciones a lo grande”.
En realidad, la tercera parte de los consumidores adultos europeos
tiene problemas de descontrol en la compra o en el gasto y la mitad de
los jóvenes europeos (un 46%) presentan una preocupante tendencia
consumista y de adicción a la compra. Por ejemplo, el 28% afirma sin
ningún reparo que le gusta “entrar en los Grandes Almacenes aunque no
tenga nada que comprar” [4].
Hace falta, pues, otro modelo de consumo. Y el Día sin compras es un buen momento para pensar en ello.
Más información y actividades relacionadas http://www.traficantes.net/index.php/trafis/libreria/noticias/exposicion_grandes_superficies
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Publicado por Librería Traficantes de Sueños el 30 de Noviembre, 2007, 19:22
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