Este verano disfruté de una estancia veraniega por Londres. Allí tuve la oportunidad de conocer la city. Me pareció vertiginosa, consumista y muy divertida. Otro tópico con el que me encontré fue su fast-food, me abrumó la cantidad de establecimientos de este tipo de gastronomía existentes por todo el centro de la ciudad. Los hay de todas formas, tamaños y colores. Son de todas las procedencias del mundo: asiáticos, italianos, turcos, americanazos y demás partes imaginables. Compiten hasta en estilos, conviven clásicos y modernos, con mal gusto y con peor.
Un servidor conocía su existencia y los había padecido. Vivir en una ciudad como Madrid, que se apasiona por copiar lo malo de capitales como Londres, le es natural convivir con este tipo de monstruos. Ahora bien, lo que pude conocer de primera mano fue la manera de consumir este tipo de comida por parte del ciudadano. La gente se transmuta y absorbe la filosofía fast. Esto consiste en entrar veloz al establecimiento, esperar impaciente, elegir con ahogo, y con dos hermosas variantes: o te aposentas en unas incómodas butacas de plástico con mesas escasas de limpieza, o por el contrario escoges por el take-away, donde te llevas contigo la comida estrangulada en bolsas y con ella todo el estrés y el agobio de tan extraña filosofía. Una vez en la selva de la calle buscas un sitio donde encontrarte cómodo, ahí entra todo tipo de posibilidades, tantas como la imaginación o el mal gusto de uno llegue. Generalmente el plácido lugar será aquel que te permita compatibilizar el acto de comer con otra actividad; a saber, leer el periódico, hablar por el teléfono, trabajar con el portátil o incluso y esto es verdad, que yo lo he visto, hacerse unas fotos de recién casados. Pienso si no será un mecanismo de autodefensa que te permita distraer la atención en otro lado y no darte cuenta de lo que estás comiendo. Una vez finalizada tan traumática experiencia los restos plásticos se depositan en escasas y abrumadas papeleras donde compruebas el nulo interés por todo el tema del reciclaje, jo como molan.
Pues no señores anglosajones, se equivocan, comer no es eso, es algo más que la definición de la RAE sobre este termino descrito como el acto de masticar y desmenuzar el alimento en la boca y pasarlo al estomago. Discrepo, se me antoja corto, comer es mas que eso, algo vital, es alimentarse para mantener la existencia de uno, un acto que requiere de tiempo, cuidado, atención y que además bien realizado posee repercusiones positivas en nuestro vivir llegando a ser una fuente de disfrute y felicidad. Esto comprimirlo a una manera fast de alimentación, y lo que es peor de vida, es peder una hermosa ocasión de dedicar tiempo a uno, inversión fundamental para el bienestar de la persona que con demasiada asiduidad nos racaneamos.
Seamos generosos y obsequiémonos cada día, en el ejercicio del comer, un momento para el encuentro, la satisfacción y en definitiva para la alegría y la felicidad.
Riki Callejo www.lacocinadericard.com Del colectivo Amas@ando
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